24.6.14

Raices y casuistica de la violencia

Una característica singular de la violencia es su capacidad para multiplicarse y para expandir sus dinámicas y sus consecuencias. De ahí que sea necesario conocer los factores que la producen.

Cuando la violencia se vive como cultura, termina siendo reforzada y promovida por ésta. La familia, como célula básica de la sociedad, juega un rol preponderante en esta cultura de la violencia, pudiendo obrar alternativamente como reproductora de «la cultura de la convivencia» o de «la de violencia», según los resortes que se activen. Los elementos señalados son sólo una muestra de los muchos factores asociados a la violencia, que reafirman su origen pluricausal.

La violencia es un fenómeno que históricamente se ha relacionado con condiciones sociales particulares. Explicar su etiología por características individuales de origen biológico o psicológico reduce su esencia. La razón de la violencia hay que encontrarla en el cruce de factores negativos del individuo y de la sociedad.

Las condiciones de hacinamiento, de desnutrición, de desempleo y de deterioro de la familia que imponen la desigualdad y la pobreza, propician en gran medida el desarrollo de conductas agresivas y el mantenimiento de las condiciones de asimetría, que son también una respuesta al ejercicio de la violencia.

Hay formas de violencia que se dan dentro de la familia y que se manifiestan a través de las condiciones culturales. Las relaciones asimétricas que se producen dentro del núcleo familiar tienen un cambio y unas dinámicas muy rápidas.

Otras manifestaciones de la violencia se dan en los grupos de amigos o en las cuadrillas de hinchadas deportivas, en las que los jóvenes encuentran un escenario propicio para dar rienda suelta a sus frustraciones y a sus necesidades insatisfechas.

Las diferentes formas de violencia que se generan en la calle se vinculan con los grupos de barrio o con los del colegio, donde el joven encuentra un espacio para identificarse institucionalmente.

Sin duda este conjunto de violencias actúa de manera interrelacionada, sin que se exprese alguna de ellas de manera pura, lo cual hace más complicado conocerlas y entenderlas.

El grupo más afectado, si cabe el término, está constituido por la población ubicada entre los 15 y los 25 años; sin embargo, viene incrementándose de manera alarmante otro, el formado por aquellos que están entre los 12 y los 15 años. Es decir, el adolescente es el principal actor en cuanto a agente de la violencia y en cuanto a víctima de ella.

En la materialización de la violencia se utilizan instrumentos que van desde una piedra hasta un arma de fuego, existiendo además una forma cultural lúdica (diversiones) en la que el alcohol y las drogas intervienen dentro de unas motivaciones de la más variada índole.

En el rostro de la violencia hay factores desencadenantes que merecen una especial atención: ellos son los medios masivos de comunicación y la impunidad. Los primeros sirven como modelos para reproducir la violencia (que se difunde a través de la radio, prensa, televisión, etc.). La segunda es la forma más clara de caducidad de los mecanismos de procesamiento de conflictos, conduciendo al desprecio por la policía, por la justicia y por otras instituciones.

Lo cierto es que desenmascarar el rostro de la violencia nos permitirá actuar sobre ella, para eliminar las condiciones que la producen o para prevenirla.

Un niño o un adolescente, al actuar con violencia, demuestra que tiene una interferencia en su desarrollo normal, o puede ser que haya sido condicionado para recrear violencia. Cuando la violencia se vuelve cultura, emociones negativas como el odio, los celos, el ánimo vindicativo, los resentimientos, la ambición, la envidia, las frustraciones en general que se manejan con referencia a los valores éticos y tradicionales de una sociedad, se transforman en agresiones si dichos valores se trastocan y los impulsos se canalizan y se manejan desde nuevas representaciones.


Factores que dinamizan la violencia:

Sería erróneo explicar la expansión de la violencia únicamente en función de la extensión de la pobreza, aunque es evidente que ésta constituye un componente de su etiología y guarda relación con ella.

Existen factores asociados a la violencia que la dinamizan, como las rupturas familiares, el mal uso del tiempo libre, la desintegración de los valores tradicionales, la marginalidad social; todo ésto empuja a los adolescentes a reconstruir su identidad en espacios sociales creados por ellos mismos (pandillas callejeras, «barras bravas», etc.). Esos grupos de amigos están formados casi siempre por jóvenes desarraigados, llenos de problemas personales y familiares, que encuentran en el grupo cierta valoración y respeto, solidaridad y lealtad, e incluso, en determinados casos, protección y apoyo; además, se les ofrece la posibilidad de «ser parte de», de sentirse incorporados a un grupo social, de compartir nuevos valores, representaciones y lenguajes, de manera que terminan reemplazando a la familia y al centro educativo como medios de socialización. Para algunos, la pandilla es el medio para alcanzar notoriedad y respeto dentro de su medio.

La violencia dentro de las familias es una amenaza seria e imposible de detectar con rigor. Lo cierto es que existen segmentos de población (mujeres, niños y ancianos) en los que se descargan tensiones y frustraciones acumuladas en la lucha por sobrevivir.

El abandono del hogar por menores de edad guarda relación proporcional con las rupturas y los desgarros de las estructuras familiares como consecuencia de la violencia doméstica. Las humillaciones que pueden soportar los niños y los adolescentes debilitan su autoestima y animan sentimientos vindicativos que alimentan la violencia. Presenciar la violencia intrafamiliar trambién recompensa el comportamiento agresivo y perpetúa su reproducción.








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